miércoles, 17 de octubre de 2012

La tía buena y la modistilla



Lo sé, es un rollo que para hablar de Revolution tengamos que aludir una y otra vez a Perdidos. Es como haber salido con una famosa y años después de cortar, con tu recién estrenada pareja del brazo, todos siguieran recordándote a la primera: “y de fulanita, ¿no sabes nada?” A ver, que te estoy presentado a la nueva. Vale, a simple vista es un clon de aquella pero de verdad que no pueden ser más distintas. “Sí, ya…” En la comparación Revolution- Perdidos es cierto: parecen la misma cosa. La diferencia es que una era una glamurosa y despampanante modelo y la otra es una ordinaria modistilla.

Como casi todo el mundo que la vio en su día, reaccioné ante Perdidos como un hombre motivado ante una tía buena: me quedé con la boca abierta. En palabras de López Vázquez aquello era un monumento. No era perfecta, según como le diera la luz, le podrías ver los fallos, pero era tan arrebatadora que me dejé seducir por su encanto y me convertí en una rendida admiradora. Bailé extasiada Make you own kind of music, canción que marca el clímax de mi enamoramiento (y el de muchos otros: es el momento con más audiencia de toda la serie), y pensé que había entrado en una nueva dimensión. Un día su fatuidad, esa que siempre había estado ahí pero que yo me negaba a ver, cobró mayor presencia y se me cayó la venda. Repetía las mismas tonterías una y otra vez y, en cada encuentro que teníamos, la sensación de bochorno iba en aumento. Yo que la había exhibido con orgullo, me avergonzaba de seguir con ella. Mantuve la relación hasta el final, con altibajos, con momentos más o menos divertidos, con algún chispazo pero, sobre todo, con una monotonía angustiosa. A punto estuve de tirar la toalla mil veces y respiré aliviada cuando se murió.

Todo lo que a mí me gustaba de Perdidos está en Revolution. El juego de supervivencia, los dilemas morales de individuos posmodernos obligado a volver a las cavernas, la teoría de los seis grados de separación (título de mi serie favorita de Abrams, por cierto). Además, rasgos que me sacaban de quicio de aquella, como las falsas pretensiones, la arrogancia, la vanidad, han desaparecido en esta. ¿Por qué, entonces, no he vuelto a tener un subidón con ningún capítulo de Revolution como el que tuve con Perdidos?

Lo cierto es que no puedo quitarme de la cabeza la imagen de la modistilla estudiando a la famosa minuciosamente, copiando sus señas de identidad, sus cliffhangers imposibles adornados con violines chirriantes, sus teorías de la conspiración teñidas de maldiciones, sus arrebatos sediciosos estampados de trascendencia. Las galas que Perdidos lucía con taconazo y paso firme, Revolution las ha adquirido en versión H&M.

Asumido pues que Revolution no me va a sorber el seso, voy a seguir viéndola. Me cae bien y echo el rato. Los mejores momentos que paso con ella me provocan una punzada de melancolía pero es que no tiene mucho más que ofrecer, la pobre. Puede que un día me aburra, la deje y no me acuerde nunca más de ella hasta que no me la encuentre en una lista de series que quisieron ser y no fueron. O quizás, esto es harto improbable, desarrolle personalidad propia y logre seducirme; entonces me casaré con ella y me arrepentiré de haber confesado todo lo anterior.

Revolution se emite en SyFy a los miércoles a las 22, 20

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