jueves, 31 de enero de 2013

La reina de los pringados

Creo que nunca he conseguido convencer a nadie de que vea 30 Rock. En el tiempo que llevo enganchada a esta serie la he recomendado millones de veces y he obtenido poquísimas respuestas positivas. Igual que algunos la califican de pretenciosa, otros la acusan de ser demasiado tontorrona. Todos tienen razón. Es una amalgama informe y genial de chascarrillos sofisticados y humor de trazo grueso. Hoy que se emite el último capítulo en Estados Unidos no voy a intentar animaros a que le deis una oportunidad argumentando que, en realidad, esta serie debería ser mainstream. Es mentira. Los que la disfrutamos potenciamos ese rollo de que sus chistes no puede pillarlos cualquiera. Suena a pedantería extrema pero no es más que un arrebato de orgullo nerd. Como en el cole: Ah, ¿que no quieres ser nuestra amigo? Lo mismo nos da, mis colegas y yo tenemos un club súper guay y no te necesitamos para nada.
Así es su creadora, Tina Fey, la reina de los pringados, la chica de las gafas y la cicatriz en la cara que ha tenido la serie que le ha dado la gana durante siete años en antena. A quién le importa los datos de Nielsen cuando en su pandilla deoutsiders tiene a la estrella más influyente de las últimos dos décadas (probablemente), a un vicepresidente de los Estados Unidos y a un Beatle, además de una potente lista de celebrities y anónimos incondicionales que comparten su obsesión malsana por la tele y la ciudad de Nueva York, los dos verdaderos protagonistas de 30 Rock. La NBC no ha tenido arrestos para quitarla de la parrilla, aunque ganas no le habrán faltado; no sólo era un fiasco de audiencia sino que, además, se cachondeaba a placer de las miserias de su cadena nodriza.
Casi nunca era una comedia “de situación”. 30 Rock buscaba el golpe de efecto en la frase rebuscada, en la burrada envuelta en retórica (“Sabemos que alquilaste una versión porno de Temple Grandin”; “No adoptes a esa niña somalí: cuando crezca podrá llegar a ser pirata o la concubina de un señor de la guerra”) y en los personajes. Hoy tengo esa pena del último día de campamento, cuando hay que despedirse de todos, incluso de los que te caían mal, y confías en que seguiréis en contacto pero sabes que cada uno tomará su camino. Me encerraré en casa con una sudadera gris y una bolsa enorme de Sabor de soledad para ver capítulos repetidos y memorizar frases intraducibles. No contéis conmigo: I’m Lizzing.

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