martes, 19 de marzo de 2013

Tempestad sobre Washington

¿Harto de fantasías autocomplacientes y de dirigentes paternalistas? ¿Cansado de esa historia donde el joven idealista no tiene más opción que claudicar ante el sistema? ¿Quieres, de verdad, un político sincero? Puede que House of cards sea la serie que esperabas. Frank Underwood (Kevin Spacey) te lo va a dejar claro desde el principio: él va a lo suyo. Le prometieron la Secretaría de estado y le han endosado la cartera de Educación, así que se va a resarcir liándola muy gorda, trepando unos cuantos peldaños más en el escalafón de Washington y aplastando todas las cabezas que hagan falta. Junto a él, Claire (magnífica Robin Wright), su esposa, confidente y aliada, directora de una organización defensora del medioambiente y la mejor Lady Macbeth que nos ha dado la ficción de los últimos años (y nos ha dado muchas), cebando el clásico de que junto a un hombre de éxito siempre hay una mujer muy cabrona. Y en la sombra, la jovenzuela Zoe Barnes (Kate Mara), una periodista con mucha hambre y pocos escrúpulos. Servidores públicos a los que les trae al fresco el bien común, ONGs que se dan la mano con las mismas grandes corporaciones que producen los desaguisados que luego tratan de enmendar, y medios de comunicación que sólo se interesan por la verdad si ésta es vendible. House of cards es una reinterpretación de Ricardo III sí, y también una lúcida y desapasionada sátira, tan fría y cínica como su protagonista.
¿Por qué un tipo inteligente y ambicioso como Frank Underwood se metería en política? No para trincar, desde luego. El congresista de Carolina del Sur desprecia a los flojos de espíritu, los que arriesgan un objetivo elevado por placeres inmediatos. Underwood  podría haber optado por dirigir una multinacional, pero se habría aburrido pronto; o por continuar su carrera militar, pero el ejército es una institución que se mueve despacio y donde cuenta más la veteranía que las capacidades. No. Es probable que el único espacio lejos de Washington donde la sed de ambición (y las ganas de disfrutar con el proceso) del protagonista de House of cards se viera colmada fuera el Vaticano. Anda que no le quedaría bien a Spacey la mitra, la sotana y las intrigas cardenalicias. Pero esa sería otra serie. Una que me encantaría ver por cierto.
House of cards es “un one man show”. A pesar del reparto equitativo de tramas secundarias (donde lo mejor es el incondicional Doug Stamper y el politoxicómanoPeter Russo, y lo peor la evolución de los colegas de Zoe Barnes), lo que realmente nos interesa y nos hace volver es descubrir en qué consiste el plan de Frank, hasta dónde llegará y si será capaz de completarlo. Kevin Spacey no sólo es el protagonista, también es el productor ejecutivo y aglutina un montón de variables autorales dispersas. Remake de una serie británica, House of cards no se parece aEl ala oeste de la Casa Blanca ni lo pretende. Sí está emparentada con Los idus de marzo. Beau Willimon (autor de la obra de teatro Farragut North en la que se basa la película de Clooney) ejerce de showrunner por primera vez capitaneando un ecléctico grupo de guionistas. La impronta visual es la de David Fincher en su versión más sobria y neutra, sin escatimarnos calidad, pero sabedor de que esta serie no es suya del todo. El resultado es un producto con altibajos, pero de ritmo y composición muy sólidos.
House of cards se emite en Canal + los jueves a las 21.30

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