Si el protagonismo (y no el
caché) determinara el orden de los actores en los títulos de crédito, el nombre
de Damian Lewis debería haber ido antes que el de Claire Danes en la segunda
temporada de Homeland. El
sargento Brody ha acaparado todas las tramas; también las de una Carrie que, ya
medicada, centrada y enamorada hasta las cachas, ha evolucionado del despecho a
la devoción incondicional. “No te fíes de él, no te fíííes: es un terrorista”,
mientras sus compañeros de la CIA y los espectadores han estado esperando que
el exmilitar se abra como una matrioska y revele otra sorpresa con la que no
contábamos, ella hace tiempo que cree a pies juntillas que es sólo un tipo
corriente en circunstancias excepcionales.
El
carisma de Damian Lewis nos hace olvidar que Brody es, en realidad, un mandado;
un personajazo de primera pero no un héroe; un tipo responsable, pero no un
líder. Es sargento, el grado más bajo del escalafón de suboficiales, y lleva
toda su vida obedeciendo órdenes: primero del ejército de los Estados Unidos y
luego, de Al Qaeda. Quiere pensar que cuando apretó el detonador al final de la
primera temporada estaba vengando la muerte de niños inocentes, pero lo cierto
es que la voz que le dictaba las instrucciones no era la de su conciencia sino
la de Abu Nazir. Como congresista ha resultado aún más pardillo, tratando de
recomponer su vida, encontrar su propio camino y ser de nuevo una buena
persona, y recibiendo a cambio extorsiones constantes de Nazir, de la CIA, de
su mujer, de su hija. Nunca Brody fue tan él como en el capítulo quinto,
después del interrogatorio, agotado, con la mano destrozada, tirado en el suelo
en posición fetal y pensando: “dejadme en paz todos, no puedo más”.
Teniendo en cuenta que Homeland ha decidido ser más 24 que Rubicon podemos
esperar cualquier cosa para la tercera temporada (a partir de aquí hay
potenciales espóilers del último capítulo que emitirá FOX en V. O. el próximo domingo 23). También que Brody nos haga un keysersoze y nos deje con la boca abierta, revelando que ha sido
él la mente perversa en la sombra todo el rato, y confirmando así la teoría de
Saul Berenson de que ser terrorista imprime carácter. Sin embargo, la evolución
lógica del personaje pasa por descubrir la nueva vida de Brody, la del rebelde,
el marginado, el individuo independiente que no atiende a directrices ni a
imposiciones. Y el reto para la serie es mantener la coherencia y evitar
la tentación convertir a Nick Brody en Jack
Bauer.
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